martes, 10 de agosto de 2010

Aquel Rincón en El Volcán

Pocas veces alguien tiene acceso a una vista privilegiada de la ciudad como la que se tiene desde este lugar. La sensación de estar por sobre las nubes que cubren esta pequeña, pero tan grande metrópolis, desarrolla en el espectador una sensación de libertad, tal y como aquel pequeño gavilán extiende sus alas para planear por sobre nuestras cabezas. Durante el día el espectáculo es abrumador. Es como tener aquella ciudad en mis manos. En un segundo y con un pequeño giro de mis ojos, me traslado lo que estando dentro de aquella jungla de cemento, asfalto y smog me tomaría media hora… con suerte. A lo lejos y casi sobre el horizonte, aquel espejo de agua que reconozco como el Lago de Ilopango refleja los rayos del sol. Hacia la derecha, la última porción de El Espino que con su intenso verde me recuerda que es uno de los pocos pulmones de la ciudad, que con cierta dificultad aun respira. Más al centro, el Coloso de Monserrat resalta con esa inexplicable combinación de colores; y así como si se tratase de una clase de “historia citadina” voy repasando uno a uno los monumentos, edificios y estructuras emblemáticas del gran San Salvador.

Cayendo la noche, el espectáculo se intensifica. Un agradable manto de aire fresco estremece mi carne, haciéndome sentir la necesidad de cubrirme con más ropa. Como en cualquier teatro, la densa niebla hace las veces del telón que tapa la escenografía, y deja verla hasta que está a su máximo esplendor. Miles de luces titilan a un mismo ritmo, como un corazón gigante que, aunado al murmullo de la ciudad que esconde sus secretos, nos indica que está viva.

Mientras aquellos centenares de luces brillan y se reflejan en mis ojos, mi imaginación vuela sobre el cielo de la ciudad, recogiendo los sueños de las demás personas que de alguna manera en ese momento tienen una conexión conmigo. Tal vez porque elevaron su vista hacia el cielo, o la dirigieron hacia esta verde montaña que vigila cual estricto centinela, sé que en ese momento hay al menos media docena de personas que han pensado lo mismo que yo.

Es así como esta localidad se ganó un lugar en mi corazón y en mis recuerdos. Única mezcla entre la tranquilidad de la montaña y ese vinculo imborrable con la furia de la ciudad. El hecho de que ya nunca pueda volver a tener esa vista privilegiada, no quiere decir que ya no vuelva a vivir aquel cumulo de sensaciones, pues sé que en algún momento de mi vida, tendré la oportunidad de vivirlo y recrearlo, aunque sea en otro lugar. Hasta luego.

Fotos: Celeste Safie Menéndez

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